Expérience
Vivir de otra manera para mitigar el cambio climático
Los casos colombianos de las reservas ambientales de El Encano (Nariño) y la Agrovilla El Prado (Risaralda)
Par Angela Vejarano
25 septembre 2013Programme Coproduction de l’action publique
Dossier Ciudades colombianas y cambio climático
Mot-clés :Las reservas naturales del municipio de El Encano,Nariño, y la Agrovilla El Prado, ubicada en el departamento de Risaralda son iniciativas que brindan un mensaje sobre la importancia de los patrones de consumo y las alternativas de estilos de vida diferentes, en la mitigación del cambio climático. La primera experiencia trata de unas reservas naturales localizadas en el departamento de Ñariño, las cuales brindan un uso productivo a sus propietarios, al tiempo que aportan en la mitigación del cambio climático. La segunda experiencia se refiere a la Agrovilla El Prado en el departamento de Risaralda, una eco-aldea donde residen cinco familias que comparten su espacio de forma armónica con el medio natural.
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En el marco del proyecto “Ciudades colombianas y cambio climático”, trabajado en conjunto con la Agencia Francesa para el Desarrollo, Fedesarrollo y la Fundación Ciudad Humana; el Instituto de Investigación y Debate sobre Gobernanza (IRG) identificó diferentes experiencias que aportan a la reflexión sobre la adaptación y/o mitigación del cambio climático. En el presente documento se expondrán dos experiencias que, debido a las similitudes que comparten, fortalecen un mensaje sobre la importancia de los patrones de consumo y las alternativas de estilos de vida diferentes, en la mitigación del cambio climático. Si bien las experiencias se desarrollan en suelo rural y suburbano (es decir, la franja de transición que rodea a una ciudad entre formas de vida urbana y del campo), la pertinencia de presentarlas se basa en que Colombia es un país mayoritariamente rural, y el cuidado de estas áreas inevitablemente representa la garantía de diferentes bienes y servicios para la población de las ciudades (agua, alimentos, etc.).
La primera experiencia trata de unas reservas naturales localizadas en el departamento de Ñariño, las cuales brindan un uso productivo a sus propietarios, al tiempo que aportan en la mitigación del cambio climático. La segunda experiencia se refiere a la Agrovilla El Prado en el departamento de Risaralda, una eco-aldea donde residen cinco familias que comparten su espacio de forma armónica con el medio natural.
Estilos de vida comunitarios, auto-sostenibles y amigables con el medio ambiente
En concordancia con aquellas posturas críticas hacia modos de vida que ignoran los efectos que las acciones humanas pueden tener sobre el medio natural, en Colombia hay comunidades con estilos de vida que no necesariamente son novedosos, pero que sí vale la pena resaltar por su vigencia y aporte a la adaptación y mitigación del cambio climático. Por esta razón, el presente escrito trata sobre dos experiencias comunitarias que se desarrollan desde hace varios años en regiones diferentes de Colombia. Por un lado, se tienen las reservas ambientales donde campesinos e indígenas del municipio El Encano en el departamento de Nariño, ejercen su actividad productiva teniendo como base los fundamentos de la Agroecología. Y por el otro lado, se encuentra la Agrovilla El Prado, ubicada en el departamento de Risaralda y en la que cinco familias comparten un mismo predio con el fin de hacer un uso efectivo y productivo del espacio bajo la premisa de ser amigables con el medio ambiente.
Los estilos de vida de estas comunidades se fundamentan en valores que priman la responsabilidad humana con el medio natural, en procura de que las actividades y acciones cotidianas de sus miembros dejen la mínima huella sobre las dinámicas naturales del territorio. En los casos que se presentarán en este documento, los estilos de vida de las comunidades de El Encano y la Agrovilla El Prado, necesariamente están sujetos a usos y organización del suelo particulares, diferentes al desarrollo de monocultivos en vastas áreas de terreno y a la delimitación individual de propiedades familiares con los mismos objetivos de residencia y recreación en cada una. Se trata de un uso funcional del territorio -en la medida que se cultivan o se desarrollan los productos que posteriormente cada familia consumirá-, agregando valores ambientales al mismo –de forma que se evitan los fertilizantes dañinos para la tierra, algunas zonas forestales se conservan y el ordenamiento del territorio se hace respetando dinámicas naturales-. De allí se deriva que estos estilos de vida puedan identificarse como “auto-sostenibles”, en el sentido en que los miembros de las comunidades no dependen directa o exclusivamente de la oferta externa de productos alimentarios.
Adicionalmente, los casos que se tratan también comparten un componente esencial para el efectivo desarrollo de los usos y organización que adelantan en sus territorios. Esto es, una forma asociativa y cooperativa de vida, alejada de parámetros individualistas para la subsistencia de cada miembro y familia de la comunidad. Las formas de asociatividad son propias de cada contexto particular. Así, en El Encano, cuya población es mayoritariamente indígena y campesina, se ha optado por la consolidación de “mingas” que agrupan a las personas alrededor de distintos temas como educación, comunicación, conservación de la biodiversidad, entre otros. Mientras que en la Agrovilla El Prado, una comunidad mucho más pequeña que la de El Encano y en la que sus miembros tienen su campo laboral en las zonas urbanas de municipios cercanos, la asociación de sus miembros se fortalece de forma más simple, mediante la realización de reuniones periódicas para la división de funciones de cada familia.
Las reservas ambientales de los campesinos e indígenas del departamento de Nariño, Colombia
“Al conversar con campesinos de las reservas, Manfred Max-Neef encontró que allí su teoría estaba en la práctica”
, afirma José Vicente Revelo Salazar, director de la Asociación para el Desarrollo Campesino-ADC, una organización que desde hace aproximadamente veinte (20) años trabaja en las reservas ambientales que se ubican en el departamento de Nariño (Colombia) con el enfoque del Desarrollo a Escala Humana formulado por el economista chileno. Así, se entiende que la noción de “desarrollo” comprendida desde la ADC “se concentra y sustenta en la satisfacción de las necesidades humanas fundamentales, en la generación de niveles crecientes de auto dependencia y en la articulación orgánica de los seres humanos con la naturaleza y la tecnología (…)”. Es un desarrollo que se relaciona de forma estrecha con el contexto y la historia propia de los campesinos e indígenas de las tierras nariñenses aledañas a la Laguna de la Cocha, donde se ubica una pequeña población conocida como El Encano.
Fue allí donde un grupo de campesinos y citadinos de Pasto -ciudad capital de Nariño- decidieron en 1980 agruparse jurídicamente bajo la figura de “Asociación” para adelantar proyectos productivos liderados por mujeres que procuraban el cultivo y cría de productos como mora, trucha (pez de agua dulce) y cuyes (roedores cuyo consumo es común en la región). Todo esto, dirigido a reducir las actividades de extracción forestal y carboneo que desde comienzos del siglo XX habían modificado el paisaje debido a la explotación de los recursos maderables y no maderables, causada por la llegada de colonos al lugar que antaño había sido considerado sagrado por los indígenas Quillacingas y Mocoas. A partir del aumento de los ingresos recibidos por cuenta del cambio de la actividad productiva en El Encano y del entendimiento sobre la importancia de la conservación de los ecosistemas, en 1991 las mujeres líderes de este proceso decidieron convertir algunos predios de la zona en Reservas Naturales privadas, es decir, sistemas “donde se integra los aspectos biofísicos como flora, fauna, hidrografía, suelos, recursos genéticos, recursos productivos, en la dinámica social campesina e indígena de los propietarios y sus comunidades, garantizando la conservación de los recursos naturales, la identidad campesina e indígena y la permanencia de sus pobladores en las zonas rurales”. Con el tiempo, las Reservas Naturales se expandieron también al norte del departamento de Nariño, en municipios donde la ADC empezó a tener presencia.
A diferencia de lo que comúnmente se entiende por “reserva natural” como un espacio excluyente de la actividad humana, las Reservas de La Cocha son las mismas pequeñas propiedades privadas de los campesinos que trabajan la tierra basados en los principios de la Agroecología, un modelo de desarrollo rural opuesto a modelos de “agro-negocios” caracterizados por la implementación de monocultivos, uso de insecticidas y compuestos que a largo plazo afectan negativamente la productividad del suelo, y la fragmentación de las dinámicas sociales y culturales de la comunidad. Según Revelo Salazar, la Agroecología es una ciencia, una práctica y una apuesta social de la que la ADC está convencida es la mejor solución para la conservación del medio ambiente. Al tiempo que los habitantes de las Reservas se auto-sostienen con los productos en los que trabajan, también logran mantener armonía con la Naturaleza alcanzando un equilibrio con lo que ésta brinda.
La ADC se caracteriza por trabajar a través de diferentes “mingas”, que hacen referencia a una forma de organización ancestral basada en el trabajo comunitario y voluntario en torno a un mismo fin. En una minga toda la comunidad se reúne en un ambiente generalmente festivo para adelantar acciones en pro de un beneficio común como el arreglo de una vía o la pintura de una escuela, por ejemplo. En este sentido, podría decirse que la tendencia al trabajo voluntario y comunitario favoreció también el clima para que las Reservas Naturales y la Agroecología fuesen adoptadas en la población de El Encano y demás municipios de Nariño donde la ADC impulsó estos procesos, hasta consolidar la Red de Reservas Naturales de La Cocha, compuesta por cincuenta y dos (52) predios y diferentes mingas permanentes que comprenden campos de acción como: Herederos de Planeta (trabajo con niños y niñas, partiendo de la premisa de que es necesario conocer para amar, defender y conservar), Organización y Gestión del Bienvivir (para vencer el analfabetismo jurídico), Sistemas de Información y Comunicaciones (donde la voz y los protagonistas son las comunidades) y Soberanía Alimentaria y Conservación de Diversidad (donde se intenta mantener un equilibrio entre el conocimiento ancestral y la academia).
La eco-aldea El Prado, Risaralda, Colombia
Jorge Iván Orozco es funcionario de la Corporación Autónoma Regional de Risaralda-CARDER, entidad que actúa como autoridad ambiental y que, por tanto, dicta los lineamientos que los municipios del departamento de Risaralda deben seguir a propósito del manejo de los recursos naturales y el ordenamiento y manejo de cuencas. De forma coherente a su trabajo, desde hace aproximadamente 16 años Orozco gestó la idea de consolidar una “eco-aldea” o “agro-villa” con un grupo de amigos, procurando un estilo de vida amigable con el medio ambiente. Las eco-aldeas son pequeñas comunidades que habitan un espacio específico donde se desarrollan diferentes actividades que apuntan hacia el auto-sostenimiento (en términos de servicios públicos y alimentación, por ejemplo) y el cuidado del ecosistema que es habitado. Así, hace casi dos décadas este grupo decidió realizar la compra del predio donde actualmente se desarrolla la Agrovilla El Prado, ubicada En la vereda Las Mangas, área suburbana que es jurisdicción del municipio de Santa Rosa de Cabal, a su vez, contiguo a la ciudad capital de Risaralda, Pereira.
La Agrovilla comprende un área de 11.000 m2 en los que conviven dieciséis (16) personas –conformadas en familias- que se distribuyen en cinco (05) viviendas distintas de 150 a 200 m2 cada una. Estas viviendas se construyeron de forma contigua para evitar –en un futuro- el fraccionamiento de la tierra y también con el fin de optimizar el uso del suelo. De esta manera, en la Agrovilla se cuenta con el espacio suficiente para disponer de estanques de peces y patos, una conejera, un gallinero y galpones de pollos, un lombricultivo, una compostera, una vía de acceso, parqueaderos y un centro de acopio (que sirve para almacenar, procesar y distribuir entre los miembros la comunidad productos agropecuarios). Los espacios anteriormente mencionados corresponden al territorio artificializado de la Agrovilla y, a su vez, éste representa sólo el 7% del total del área de la misma. El 19% de la Agrovilla está destinada para uso agrícola (producción de verduras, maíz, plátano, yuca, leguminosas, hortalizas, aromáticas y medicinales), el 23% para actividades recreativas y senderos, y el 51% para zonas forestales protectoras cercas vivas, maderables, frutales y forrajeras.
De esta manera, la Agrovilla El Prado representa un estilo de vida opuesto a los patrones de expansión e improductividad de la tierra, del consumismo que genera grandes volúmenes de residuos y del abuso de la utilización de vehículos para la movilización (hacia centros comerciales, supermercados, entre otros.)
El cambio climático en las reservas naturales y en la Agrovilla El Prado
Las prácticas adelantadas en las reservas naturales de Nariño y en la Agrovilla El Prado de Risaralda, se relacionan principalmente con una contribución a la mitigación del cambio climático. En este sentido, sobresale la importancia que ambas comunidades otorgan a la conservación de la biodiversidad nativa del territorio, de forma que se favorece la captura de carbono y se respeta la capacidad productiva del suelo para procurar la sostenibilidad del mismo a largo plazo.
En las reservas naturales de Nariño, esto se logra a través de la implementación de la Agroecología, que evita la utilización de fertilizantes y valora las especies forestales nativas de la región, generando así mayor estabilidad y productividad en el suelo rural. Asimismo, Revelo Salazar asevera que “desde la ADC estamos dispuestos a demostrar que los minifundios aportan en la reducción de los efectos del cambio climático”, a partir de las investigaciones que se adelantan en las reservas naturales con el acompañamiento de algunas universidades nacionales e internacionales, que buscan, sobretodo, evaluar la oferta de servicios ecosistémicos en los predios. Es así como el diálogo con otros agentes y el respaldo que otorga el trabajo de la ADC de más de treinta (30) años, ha obtenido resultados de trascendencia como la sanción del decreto 2372 de 2010 donde se reconoce el papel de propiedades privadas en la conservación de la biodiversidad, o la declaración de La Cocha como un lugar Ramsar en 2001 para reconocerla así como un humedal de importancia internacional.
Finalmente, en la Agrovilla El Prado de Risaralda, la organización de las viviendas no sólo aumenta considerablemente la posibilidad de optimización del uso del suelo, sino que respeta en gran medida las áreas forestales nativas, lo que se traduce en una estrategia de mitigación del cambio climático. Además, los patrones de consumo que practican los miembros de la Agrovilla (reutilización de residuos a través del compostaje, reducción del uso de vehículos (pues la autosostenibilidad de la eco-aldea no hace tan necesaria o recurrente la movilidad a otros lugares), y conservación de espacios verdes, por ejemplo) también ayudan a reducir o capturar las emisiones de CO2.
Commentaires
La vulnerabilidad al cambio climático aumenta en el medida en éste se recrudece a través de las emisiones de Gases Efecto Invernadero-GEI que se dan desde distintos sectores y países. Si bien hay numerosos factores externos a la vida cotidiana de las personas que afectan negativamente el medio natural y permiten que el cambio climático cobre cada vez más fuerza, la agencia de la ciudadanía mediante prácticas sostenibles puede aportar a la mitigación del fenómeno y a un cambio de conciencia que prevalezca en el futuro. Este cambio de conciencia necesariamente conlleva al ejercicio de prácticas cotidianas que reduzcan la utilización de combustible y energía, que procuren la reutilización de diferentes elementos para evitar el aumento de residuos, y que conlleven al consumo de bienes cuyo proceso de producción haya afectado en lo más mínimo al medio natural.
Estas prácticas no siempre terminarán en estilos de vida diferentes y particulares como los que se presentan en las reservas naturales de Nariño o en la eco-aldea de Risaralda. Por supuesto, que en las ciudades habite un grandísimo porcentaje de la población de un país como Colombia, impide que se puedan llevar a cabo estrategias de auto-sostenibilidad por parte de un importante número de ciudadanos. Sin embargo, es necesario tomar acciones que estén al alcance de cada contexto para aportar en la mitigación del cambio climático. Más aún, considerando que el último informe del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático, plantea que hay un 95% de seguridad de que las acciones humanas han incidido en el desarrollo de este fenómeno. Así, vale la pena reflexionar por el papel individual de cada persona y su dependencia en torno a las acciones de los demás, en la medida en que éstas son determinantes para el futuro del planeta.
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