Experience

La atención psicosocial a un grupo de “desplazados climáticos”.

Las ciencias humanas y la gestión del cambio climático

By Edisson Aguilar

August 14, 2013

Desde el año 2011 el departamento de psicología de la Universidad del Norte, en la ciudad colombiana de Barranquilla, viene adelantando un proyecto para medir y aumentar la «resiliencia» de personas que han resultado damnificadas a causa de desastres naturales como el ocurrido durante la «Ola Invernal» del 2010-2011. En el corregimiento de Manatí, zona rural de Barranquilla, la universidad hizo su prueba piloto. Su importancia radica en que atiende directamente los daños emocionales que producen los fenómenos desastres relacionados con riesgos climáticos.

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Sociólogo de la Universidad Nacional de Colombia. Asistente de Investigación del proyecto «Ciudades y Cambio Climático» en el IRG (Instituto de Investigación y Debate sobre la Gobernanza».

En el marco del proyecto “Ciudades colombianas y cambio climático”, trabajado en conjunto con la Agencia Francesa para el Desarrollo, Fedesarrollo y la Fundación Ciudad Humana; el Instituto de Investigación y Debate sobre la Gobernanza (IRG) identificó diferentes experiencias que aportan a la reflexión sobre la adaptación y/o mitigación del cambio climático. El proyecto de atención psicosocial a «desplazados climáticos» fue una de ellas; su importancia radica en que atiende directamente los daños emocionales que producen los fenómenos desastres relacionados con riesgos climáticos.

Durante las temporadas invernales en nuestro país son comunes las imágenes de pueblos inundados, familias damnificadas e informes de una precaria respuesta estatal. Después de los estragos causados entre los años 2010 y 2011, por el conocido fenómeno de la Niña (popularmente conocida como la Ola Invernal - un periodo de lluvias intensas), que superaron con creces los daños económicos y sociales de desastres anteriores, el gobierno nacional decidió fortalecer el sistema de atención a desastres, enfocándose en el “conocimiento” y la “reducción” del riesgo. Fue así como surgió la ley 1523 de 2012, que reestructura la gestión del riesgo en el país, asignando responsabilidades concretas a los entes regionales y locales. Sin embargo, la atención a los efectos emocionales que los desastres naturales producen en los damnificados no está contemplada en la nueva estrategia.

La atención psicosocial a grupos vulnerables es un tema de reciente aparición en Colombia y la mayoría de proyectos existentes están dirigidos a población víctima del conflicto armado, a pesar que los damnificados también requieren acompañamiento para superar los efectos traumáticos que los desastres tienen en la subjetividad (temor, visión fatalista, incapacidad de retomar una vida normal, etc.). Por esta razón, es relevante la iniciativa que la Universidad del Norte, en Barranquilla, ha diseñado para realizar intervención psicosocial en comunidades afectadas por el fenómeno de la Niña. En 2010 el Grupo de Investigación en Desarrollo Humano, adscrito al departamento de psicología de la Universidad, y liderado por José Amar Amar, actualmente decano de la División de Humanidades y Ciencias Sociales, inició un proyecto para atender a quienes ellos denominan “desplazados climáticos” (personas que se ven obligadas a abandonar sus casas y refugiarse en otros lugares, pero no por causa del conflicto armado sino de desastres naturales). Se trata del proyecto “Creciendo en la adversidad: resiliencia en familias afectadas por la ola invernal en el departamento del Atlántico”.

Aquí se hablará sobre el origen del proyecto y su financiación por parte de la cooperación internacional; la metodología usada para medir la resiliencia de los damnificados; y, finalmente, los alcances de la iniciativa y la integración de las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación) en el proceso.

Contexto institucional y social del proyecto “creciendo en la adversidad”

La costa caribe fue una de las regiones del país que sufrió con mayor rigor los efectos del fenómeno de la Niña. Según José Amar Amar, líder del proyecto “creciendo en la adversidad”, más de 25.000 familias perdieron sus hogares en esta zona del país (1). El Grupo de Investigación en Desarrollo Humano, consciente de que no basta con construir obras de infraestructura y proveer algunas ayudas materiales (comida, frazadas, colchonetas, subsidios, etc.), diseñó un proyecto que desde su área de experticia, la psicología, contribuyera a “(…) fomentar el desarrollo de tales comunidades bajo la perspectiva de que estas tragedias son una oportunidad para hacer auténticos programas de desarrollo social, que trasciendan la prevención y la gestión de riesgo” (2).

El proyecto se enfocó en la zona que resultó afectada por la ruptura del Canal del Dique, una obra de ingeniería hidráulica que data del siglo XVI y fue construida para facilitar la navegabilidad en el río Magdalena y por consiguiente la comunicación fluvial entre las ciudades de la costa (3). La ruptura del Canal provocó inundaciones al sur del departamento del Atlántico, afectando a numerosas poblaciones, de las cuales el grupo de investigación decidió escoger una comunidad específica para realizar su proyecto piloto: se trata de Manatí, un municipio cercano a Barranquilla cuya población debió trasladarse en su totalidad a un albergue temporal. El modelo de resiliencia que propone el Grupo de Investigación en Desarrollo Humano se está poniendo a prueba con 90 familias de Manatí que actualmente residen en el albergue temporal, sumando un total de 300 personas involucradas en el proyecto. Se trata de un grupo social “sisbenizado” (un tipo de aseguramiento social financiado por el Estado) y que recibe subsidios del programa Familias en Acción (esquema de transferencias monetarias condicionadas). En términos socio-económicos, es de señalar que antes del “fenómeno de la Niña” la mayoría de manatieros (gentilicio de los naturales de Manatí) solían dedicarse a actividades agropecuarias como la pesca, la agricultura o el comercio en pequeña escala, pero ahora no tienen trabajos estables, dependen de la ayuda estatal y más de tres años después del desastre continúan viviendo en el mismo campamento, es decir, no han tenido la oportunidad de retomar una vida normal.

Para facilitar su acceso a la comunidad los investigadores decidieron usar los vínculos que tenían con la Fundación para el Desarrollo del Niño, la Familia y la Comunidad, una organización sin ánimo de lucro creada por la Universidad del Norte para administrar un hogar infantil en Manatí; por su relación con ellos, la universidad tenía un reconocimiento importante entre los miembros de la comunidad y eso hizo posible que accedieran a participar en la investigación.

De acuerdo a Marina Martínez González, una de las investigadoras, la financiación del proyecto fue un tanto azarosa. Ellos se encontraban buscando diferentes convocatorias académicas para obtener fondos y una de esas pertenecía a CDKN (Alianza Clima y Desarrollo), la misma organización que está asesorando a Cartagena en la elaboración de su Plan de Adaptación al Cambio Climático. La universidad presentó su iniciativa a la sede londinense de CDKN, pues en ese momento no sabían de su presencia en Colombia, y la propuesta fue aprobada a principios de 2012, por un total de 18 meses. El proyecto constituye una valiosa articulación entre la academia y la cooperación internacional, que contribuye a aterrizar temas globales, como el cambio climático, en contextos específicos: por ejemplo, aunque CDKN financia proyectos sobre cambio climático a nivel mundial, en este caso es la academia barranquillera la que construye el modelo científico para planear y ejecutar la iniciativa, con base en las condiciones climáticas y socio-económicas locales.

La construcción del concepto de resiliencia. Metodologías para el trabajo psicosocial con “desplazados climáticos”

Según Martínez, el propósito de la iniciativa es fortalecer el tejido social de las comunidades afectadas a través de una intervención psicosocial basada en una metodología científica; no solo se trata de trabajar con algunas familias, sino de validar un modelo para la promoción de actitudes de resiliencia en comunidades damnificadas por eventos climáticos, en la idea de que sea replicable en otros contextos. Ella usa el término “desplazados climáticos” para referirse a personas que como los habitantes de Manatí tuvieron que salir de sus territorios al sufrir severas inundaciones y quedar inhabitables sus viviendas después de las lluvias. También emplea esa noción Claudia Martínez, ex viceministra de ambiente y actual directora de CDKN Colombia (4), al ser interrogada por la relación entre desarrollo y cambio climático (pobreza, vivienda, etc.).

“Desplazados Climáticos” parece una noción arriesgada en un país que cuenta con una de las mayores tasas de desplazamiento forzado del mundo, pero no es descabellada si se tiene en cuenta que la “Ola Invernal” produjo miles y miles de damnificados, que básicamente deben enfrentar el mismo ciclo: albergues temporales; subsidios coyunturales; desgaste personal al luchar con una burocracia kafkiana para acceder a los escasos beneficios que les otorga le ley; y, desestructuración de la vida tal como se llevaba hasta el momento del desastre.

De igual manera, según José Amar Amar, la ventaja de usar un concepto como resiliencia, al trabajar con personas que han sufrido este tipo de desastres, es que “ofrece una nueva perspectiva al permitir abordar la situación de las personas en riesgo partiendo de sus propios recursos, a nivel individual y social” y que “no solo se busca compensar lo destruido, sino también unir el tema ambiental a la realidad económica, política, social y psicológica de las víctimas, con el fin de producir una transformación estructural para y con las persona” (5). Se trata de una mirada centrada en el individuo y su grupo social, en la que básicamente se espera fortalecerlos para que puedan no solo volver al estado anterior al desastre, sino que puedan “crecer como personas” y adquirir capacidades que pueden serles útiles al volver a sus vidas normales.

Pensando en la compleja situación socio-económica que viven los “desplazados climáticos”, el profesor Amar hace énfasis en que el proceso ligue temas ambientales, económicos y políticos con la psicología personal y grupal, pues en este caso no es posible separar los efectos emocionales del desastre y sus consecuencias materiales.

De acuerdo a la investigadora Martínez, la primera fase del proyecto estuvo centrada en la construcción teórica de un modelo de resiliencia por parte del profesor Amar Amar, que a su vez se basó en los desarrollos de una escuela psicológica denominada “psicología positiva”, cuyo eje no son los síntomas ni las patologías (traumas, neurosis, etc.) sino el mejoramiento de las potencialidades humanas. Los investigadores escogieron un modelo cuantitativo para medir la resiliencia de los participantes, pues lo consideran más objetivo. Dicho modelo consiste en una escala de cuatro dimensiones: habilidades sociales, autorregulación, autovaloración y competencias personales. Ahora bien, para una medición susceptible de comparación y seguimiento era necesario consolidar una línea base, y para calcularla debió hacerse una convocatoria general a la comunidad involucrada. Ese fue el primer paso. La escala cuenta con 33 ítems que determinan el nivel de resiliencia de una persona y se aplica por medio de un test y diversas técnicas de la investigación social (entrevistas, grupos focales y una serie de “talleres vivenciales”, este último en grupos de 25 a 30 personas). Aunque la metodología está diseñada para aplicarse a individuos, en esta investigación se realizaron mediciones individuales y posteriormente se calculó la resiliencia grupal (razón por la cual se combinaron entrevistas y grupos focales).

Cuando ya se tiene calculada la línea base (los resultados consolidados de la primera medición) se definen los grupos de intervención y se inicia un trabajo con diversas estrategias, definidas de acuerdo a lo que haya mostrado el diagnóstico. En el caso de Manatí la dimensión más débil fue la “autorregulación”, situación que se explica porque al vivir en un albergue con recursos limitados, se presentan conflictos por el acceso a estos (el uso de la cocina, por poner un caso). Al detectarse, desde la perspectiva del trabajo que hace el grupo de investigación, que los problemas más fuertes de las familias tienen que ver con la convivencia (pues allí deben compartir con personas que no conocían antes y tienen que aprender a convivir en condiciones muy difíciles), todas las actividades se enfocaron en el mejoramiento de las relaciones interpersonales. Las actividades van desde “talleres vivenciales” (orientados a temas relacionados con la autorregulación) hasta visitas domiciliarias. Pero sin duda, el aspecto más innovador es el uso de las TIC para fortalecer la resiliencia de una forma masiva y relativamente económica. Los investigadores, de acuerdo a la explicación de Marina Martínez, consiguieron un software especializado a través del cual envían mensajes de texto a los celulares de las personas de Manatí y efectúan un seguimiento de quienes los reciben o no; los mensajes se combinan con llamadas telefónicas para hablar con las personas sobre el mensaje (qué les pareció, qué reflexiones les produce, etc.). De acuerdo a Martínez, a las personas les gustan los mensajes y los llevan a reflexionar sobre su relación con los otros.

Para controlar el proceso se llevan fichas de seguimiento individualizadas en las que se registran los cambios generados en el proceso, con el fin de evaluar el efecto de la intervención y hacer modificaciones si es el caso. Por supuesto, estas fichas también son un insumo para la evaluación final del proyecto. Precisamente, en este momento la investigación se encuentra en su fase final y los investigadores están preparando las publicaciones que sistematizan su experiencia en la atención psicosocial a “desplazados climáticos”, con el apoyo editorial de CDKN. Según los investigadores se han alcanzado logros importantes: la convivencia ha mejorado sustancialmente en el albergue y se han dado ciertos avances, a nivel académico, en términos de entender la forma en que un grupo social se hace más resiliente.

Al respecto, Martínez dice que ella definiría la resiliencia como la capacidad de recuperarse después de haber sufrido una experiencia traumática. Sin embargo, señala la complejidad del asunto cuando menciona que desde la escuela a la que ellos se adscriben, la psicología positiva, hay dos vertientes que divergen en el modelo de comportamiento que esperan de una persona resiliente: 1) se experimenta un trauma, se lo supera y se vuelve al estado normal (lo que tenía antes del trauma); y 2) se experimenta el trauma, se lo supera y se vuelve más fuerte, pues la resiliencia ayuda a crecer como persona y esto hace que se sienta mayor satisfacción con la vida. Ahora bien, aunque los investigadores se suscriben al segundo modelo, durante el trabajo de campo han notado que como la situación traumática no es temporal (las personas están sometidas a un estrés constante que no se puede eliminar pues ya llevan tres años viviendo allí) el resultado es que se encuentra en la población de Manatí una combinación de resiliencia y profunda insatisfacción con la vida (cosas que de acuerdo a la teoría estándar no irían juntas). Para estos psicólogos no se trata de algo negativo en sí, sino que por el contrario ese sentimiento de insatisfacción con la vida podría ayudar a las personas o grupo sociales en condiciones precarias a seguir luchando y no volverse indiferentes ni conformistas con la situación que viven (por ejemplo, si se sienten insatisfechos no van a resignarse a pasar más años en el albergue). Aunque los miembros del grupo son prudentes y tienen claro que deben seguir validando sus datos, ese hallazgo podría ser la semilla de un genuino aporte conceptual de los psicólogos colombianos a los estudios sobre resiliencia, al mostrar que necesariamente esta no va de la mano con una sensación de satisfacción con la vida y que ese fenómeno en lugar de detener el proceso podría potenciarlo.

Haciendo un balance…Más allá de la resiliencia

Los investigadores del proyecto “Creciendo en la adversidad…” son conscientes de que si bien mientras permanezcan en el albergue la convivencia y las relaciones interpersonales son claves (y que incluso les da habilidades útiles en otros contextos), las personas de Manatí necesitan otro tipo de recursos, conocimientos y habilidades, especialmente si se piensa en la precariedad de su situación económica. Esas familias llevan 3 años viviendo en el albergue, la ayuda de Colombia Humanitaria (fondo creado por el gobierno nacional para atender la ola invernal) ha terminado y aunque algunos han vuelto a ejercer actividades económicas, para la mayoría ha sido muy difícil (por ejemplo, en su pueblo muchas de las mujeres vendían frutas y ahora deben viajar hasta Barranquilla para conseguir los productos que antes tenían en su tierra). La situación es tan seria que un número importante de familias del albergue han empezado a buscar oportunidades en países vecinos como Venezuela.

En ese sentido, Martínez señala que son urgentes proyectos productivos que reactiven la economía de esas familias, de tal forma que no dependan exclusivamente de los subsidios de Familias en Acción. Y precisamente pensando en otro tipo de habilidades que podrían servirles fuera del albergue, se han iniciado talleres sobre gestión comunitaria del riesgo; los talleres empiezan con la identificación de riesgos dentro del campamento y el desarrollo de una estrategia para atender las emergencias. La idea es que adquieran conocimientos y capacidades aplicables fuera de su vida como “desplazados climáticos”, tales como el manejo comunitario de riesgos, que podrían usar para evitar y/o mitigar desastres en sus futuros lugares de residencia (al parecer estas familias se verán beneficiadas con las “casas gratis” del Ministerio de Vivienda y otras que se construirán con dineros del Fondo de Adaptación).

Pero a pesar de todo eso, existe un riesgo en la investigación y es que haya estado muy centrada en las condiciones que se viven como miembro de un refugio temporal (las capacitaciones sobre gestión del riesgo iniciaron al final del proyecto), por lo que quizá no impacte en la vida práctica de los naturales de Manatí una vez salgan de allí y empiecen una nueva vida. Sin duda las relaciones interpersonales son vitales en cualquier contexto, pero no necesariamente son el problema más importante para personas que llevan tres años viviendo en un albergue. Este se hace el tema más importante únicamente cuando se lo mira bajo una lupa particular: la “psicología positiva”.

Como se señalaba, los investigadores son conscientes de que la problemática socio-económica de esa población es muy compleja y el alcance del proyecto limitado: atender la dimensión emocional de las personas afectadas por riesgos climáticos. Desde esa perspectiva se ha logrado el cometido: ampliar las capacidades (en este caso emocionales) de los individuos (y los grupos sociales), tal como lo han señalado el economista Amartya Sen y la filósofa Martha Nussbaum, es una estrategia clave en la lucha contra la pobreza y la consecución de un desarrollo más incluyente (6); en este sentido, el proyecto “Creciendo en adversidad…” es muy valioso, pues atiende a un aspecto que las políticas asistencialistas de atención a desastres por lo general no contemplan: cómo hacer que las personas, más allá de sobrevivir con subsidios, alcancen un nivel de autonomía que les permita reconstruir sus vidas de forma digna. Sin embargo, no puede olvidarse que la autonomía no se alcanza sin unas condiciones materiales mínimas que pasan por tener vivienda, trabajo estable y acceso a alimentación, salud y educación; todas las cosas que de momento la población de Manatí no posee y cuya consecución requiere una intervención activa del Estado.

De momento, los investigadores están proyectando el alcance político que podría tener su investigación; están convencidos de que su modelo puede aplicarse en otros lugares y que para eso requieren convencer a los tomadores de decisiones sobre la importancia de la atención psicosocial a los damnificados por fenómenos climáticos. Tal propósito requiere socializar los resultados de la investigación con los actores del sector público y ser capaces de traducir el aprendizaje que han obtenido en una política pública; respecto a eso, es importante la apropiación que el grupo de Desarrollo Humano ha hecho de las TIC, pues estas disminuyen costos y amplían la participación, dos cosas que son atractivas para cualquier formulador de políticas públicas.

Finalmente, puede decirse que la aplicación del concepto de resiliencia resulta útil para fortalecer a las personas y grupos sociales trastornados por eventos que no dependen de ellos, al ayudarles a retomar el control de su vida e incluso tener una mejor; pero también tiene limitaciones, pues esos individuos y grupos sociales enfrentan barreras estructurales que les impiden decidir sobre cosas tan básicas como donde asentarse o trabajar o incluso qué comer (así hayan adquirido un nivel significativo de resiliencia). La atención psicosocial a los damnificados o “desplazados climáticos” puede ser una herramienta útil si se combina con estrategias de reactivación económica y reasentamiento (diferente a “reubicación”, es un proceso integral y participativo), de tal forma que el bienestar emocional, así como las capacidades y conocimientos adquiridos, puedan ponerse en práctica en un contexto de verdaderas oportunidades económicas y sociales.

Comments

El cambio climático es un fenómeno cuyos efectos van más allá de los daños económicos. El caso de los «desplazados climáticos» muestra que la afectación llega hasta el ámbito de las emociones y la subjetividad. Cuando las personas pierden todos sus bienes y se ven desarraigados de sus territorios no solo se encuentran en condición de vulnerabilidad socio-económica, sino que su capacidad de recuperarse anímicamente disminuye, haciendo más difícil la recuperación y el retorno a una vida normal.

Cuando se trata de evaluar los daños de los desastres o medir y proyectar los riesgos climáticos, la economía y las ciencias ambientales son las experticias llamadas a intervenir; sin embargo, cuando se trata de analizar los efectos sociales y subjetivos de fenómenos como las lluvias extremas, las inundaciones, la remoción en masa, etc., las ciencias humanas cumplen un rol importante, pues ayudan a entender la condición de vulnerabilidad de las personas y a idear estrategias de atención psico-social para fortalecer su resiliencia. En ese orden de ideas, el proyecto «Creciendo en la adversidad» es una iniciativa valiosa, por cuanto diseñó un marco analítico para comprender el nivel de resiliencia de una población y creó estrategias novedosas para fortalecerla. Pero no solo eso, el grupo de investigadores ha decidido usar el conocimiento adquirido para intentar incidir en la política pública local, impulsando que su estrategia de atención psicosocial se replique para otros lugares y situaciones de desastre.

Esto muestra que en la comprensión del cambio climático pueden articularse diversas experticias, y que entre esas las de las ciencias humanas pueden incidir incluso en la forma en que los gobiernos lo gestionan.

Bibliographyy

 

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