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Los modelos clásicos de la democracia y de la acción pública ya no responden a las necesidades de la época. Además, los sistemas de regulación no han podido adaptarse a la rápida evolución de las sociedades. A partir de ejemplos encontrados en su experiencia francesa y europea, Pierre Calame analiza aquí la profunda crisis de la democracia y el desfase de la gobernanza actual. ¿Es pertinente este diagnóstico en el contexto latinoamericano?

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En un contexto de mundialización y de crecimiento de las interdependencias donde la democracia y el escenario político siguen organizándose casi exclusivamente a escala nacional, la crisis de la democracia es profunda en el momento mismo en que ésta última se ha vuelto, ideológicamente, la referencia universal obligada. (…)

Con la construcción europea, por ejemplo, ha desaparecido la mayor parte de los antiguos atributos de la soberanía nacional, empezando por la moneda y la gestión de la economía nacional. Hoy en día, incluso la política exterior y la defensa dependen más de procesos colectivos que de la acción aislada de cada país. En estas condiciones, el funcionamiento de la acción pública, y me refiero aquí a sus mecanismos en detalle y no a los grandes principios que a menudo se invocan, debería ser el objeto central de lo político.

Ahora bien, los sucesivos discursos sobre la reforma del Estado, en Francia por ejemplo, siempre son cambiantes y superficiales a la vez. Nuestros responsables políticos miran al Estado desde arriba y no demuestran un verdadero interés por poner manos a la obra concretamente. Saben que una transformación profunda de la acción pública, con todo lo que eso implica en cuanto a evolución de los conceptos, las culturas, las instituciones y las relaciones con otros actores, es una aventura a largo plazo, incompatible con la duración de su mandato. En el plano local a menudo esta reforma está más avanzada, en parte porque obviamente es más sencillo tener un enfoque integrado de los problemas a ese nivel, pero también porque -en la tradición francesa- las autoridades locales electas tienen más posibilidades de ser reelegidas en sus puestos que los responsables políticos nacionales. A escala nacional, para poder llevar a cabo una profunda reforma del Estado en el largo plazo, habría que poder construir un consenso entre los partidos políticos. Esto se opone a la idea de que el escenario democrático es, necesariamente, un enfrentamiento de visiones contradictorias sobre los mismos temas.

Para rehabilitar el escenario político hay que empezar por afirmar que lo político es la construcción de la comunidad y es entonces, por su esencia, la búsqueda de convergencias. Es bien conocida la paradoja que dice que cuanto más se parecen los programas políticos, más intentan los candidatos resaltar las diferencias. Los equipos políticos pueden construir su negocio y su razón de ser sobre las diferencias, pero ya no logran convencer a la sociedad de que ése sea su verdadero papel. Como resultado, esta insistencia sobre las divergencias ha impedido analizar a profundidad la compleja realidad del Estado, análisis que seguramente habría revelado otras fracturas más allá del clásico esquema izquierda/derecha.

Pero esta reflexión más profunda es indispensable, puesto que una auténtica reforma de la acción pública y de la gobernanza sólo puede hacerse en el largo plazo y requiere entonces la existencia de una visión fuerte y compartida. (…)

 

El mundo político seguirá en crisis mientras no logre reformular perspectivas claras de gobernanza, desde lo local hasta lo mundial. Para ello tendrá que poner en tela de juicio principios que desde hace mucho tiempo considera como evidencias. Citaré aquí sólo tres de entre ellos, que luego abordaré más detalladamente: “el momento de la decisión es el momento clave de la actividad política”; “la distribución estricta de las competencias entre los distintos niveles de gobernanza es la condición necesaria y suficiente para que los electores puedan sancionar a los políticos a través de su voto”; “las políticas sectoriales son las únicas políticas concretas”.

Al definir el acto político de manera tan limitada se mantiene la confusión entre, por una parte, la legalidad de las reglas y formas de designación de los gobernantes, y, por otra, su legitimidad. El hecho de que una regla haya sido votada no implica necesariamente que la población la sienta como legítima. El hecho de que alguien haya sido electo no implica necesariamente que se comporte como verdadero portavoz de la diversidad de intereses de la población.

Esta manera de llevar las cuestiones de legitimidad y de pertinencia de la acción pública a cuestiones de legalidad y de elección también paralizó el debate europeo y mundial. En apariencia, los únicos intereses que es legítimo confrontar entre sí son los “intereses nacionales”, so pretexto de que el escenario político todavía está organizado a escala nacional. En realidad, dichos “intereses nacionales” a menudo ocultan lo esencial (…)

Mientras el escenario político siga siendo principalmente nacional, sólo la construcción de debates sobre bases que no sean las de las instancias electas permitirá revitalizar la democracia.

El cambio de escala de los problemas y el surgimiento de una sociedad mundial también va a modificar, más profundamente aún, la naturaleza misma de la democracia. Patrick Viveret, en su libro Démocratie, passions et frontières1 (Democracia, pasiones y fronteras) ha demostrado claramente de qué manera la constitución de un espacio mundial ha modificado radicalmente la concepción de la democracia. Como la nueva frontera es planetaria, es imposible construir la comunidad frente a los bárbaros del exterior tal como se hacía en tiempos pasados. La frontera pasa por nosotros mismos. Las sociedades humanas ya no están motivadas solamente por los intereses sino también, y sobre todo, por los deseos y las pasiones. Las democracias no pueden exorcizar los males que las aquejan imputándoselos a adversarios externos. Deben aceptar el mal que albergan dentro de sí mismas y tratarlo tomando en cuenta la complejidad de la naturaleza humana.

Notes

1: P. Viveret, Éditions Charles Léopold Mayer, 1995.

 

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