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Analyse

El territorio, pieza clave de la gobernanza del siglo XXI

Tesis para repensar la gobernanza, 2006

Par Pierre Calame

avril 2008

El principio de subsidiariedad activa nos permitió comprender, en particular, de qué manera se articulan y cooperan las distintas escalas de la gobernanza. Dentro de esas escalas, el territorio local constituye el espacio en el cual podemos identificar de manera más concreta tanto a los actores como al surgimiento de los problemas y sus efectos. Lejos de ser un espacio abstracto y subsidiario, es el espacio por excelencia en el cual se establecen las relaciones entre actores y entre escalas de gobernanza. De allí la necesidad de “pensar localmente” con el fin de entender una de las problemáticas principales de la gobernanza del siglo XXI: la “revancha de los territorios”.

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(…) mostraré que el territorio local, concepto que detallaremos luego, es el primer ladrillo de la gobernanza, la unidad elemental a partir de la cual se construye todo el edificio, desde lo local hasta lo mundial, según la lógica de una arquitectura cuyo principio estructural es la subsidiariedad activa.

(…)

¿Qué es un territorio y en qué condiciones puede convertirse en el primer ladrillo de la gobernanza? En este ámbito, más aún que en los otros, es necesaria una revolución del pensamiento.

Si se le pregunta a un responsable administrativo y político local lo que es un territorio, o si se le hace la misma pregunta a un planificador local, esta pregunta les parecerá casi graciosa por lo sencillo de la respuesta: es una superficie física delimitada por fronteras administrativas y políticas. Ése es el territorio que nuestro interlocutor administra y no conoce otros. (…)

El problema de este tipo de enfoque es que la sociedad evoluciona constantemente, que las ciudades por ejemplo no dejan de expandirse en el espacio, hasta tal punto que la distinción entre mundo urbano y rural en sus bordes se vuelve cada vez más ficticia. Por otra parte, cada tipo de problema llevaría a definir su propio “territorio pertinente”, que sería aquél en cuya escala se organizan las interdependencias más importantes para dicho problema. Quizá será entonces la zona de hábitat para la vivienda, la red vial urbana y periurbana para el transporte, la cuenca de empleo para el desarrollo económico, las principales cuencas vertientes para el agua, etc. (…)

El punto de vista cambia por completo si definimos el mundo de hoy, y en particular el territorio, como un sistema complejo de relaciones e intercambios. El desarrollo tiene entonces por objeto valorizar, mejorar y manejar los distintos sistemas de relación. La gestión territorial requerirá un buen conocimiento de estos sistemas y un aprendizaje de las múltiples maneras de enriquecerlos. El territorio deja de aparecer entonces como una superficie geográfica o una entidad administrativa y política que define un interior y un exterior y se convierte en la encrucijada de relaciones de diversa índole.

(…)

Precisamente ahí radica la nueva importancia de las relaciones que nos lleva a volver a territorializar el pensamiento. El territorio adquiere entonces dos formas: primero, la de una superposición de relaciones esenciales, entre los problemas, entre los actores, entre la humanidad y la biosfera, un espacio prioritario de valorización de los bienes que se multiplican al compartirse; luego, el lugar mismo en donde se organizan las relaciones entre los niveles de gobernanza.

De ahí en adelante, casi podemos decir que la problemática tradicional de “pensemos globalmente y actuemos localmente” se invierte. Hay que pensar a partir de lo local. Para pensar las relaciones sólo podemos pensar con los pies en la tierra, partiendo de las realidades locales. (…)

Es un modo particularmente ilustrativo de enunciar una realidad más general: partir del territorio obliga a partir de realidades concretas, de actores de carne y hueso y de vínculos reales en lugar de manejar sistemas abstractos para los cuales finalmente ya no hay criterios que distingan lo falso de lo verdadero. (…)

Es al nivel del territorio que podemos cuestionar los modelos de desarrollo actuales y los sistemas mentales y conceptuales que los fundan. A nivel local es donde mejor podemos describir las patologías de esos modelos, interrogarnos sobre la realidad de las necesidades que se pretende satisfacer y esbozar alternativas. En todos los países del mundo, las lógicas de la globalización económica tienen efectos hasta el nivel más local. Un campesino de Malí, por ejemplo, se ve inmediatamente afectado por la organización mundial de filiales de producción y de comercialización del arroz o por los subsidios que los Estados Unidos dan a sus productores de algodón. Hasta me atrevería a decir que lo característico de la mundialización es precisamente que cada fragmento de la sociedad mundial contiene, de alguna manera, los genes de dicha sociedad en formación y, así, es posible acceder a la totalidad a partir de una comprensión íntima de cualquiera de sus fragmentos.

En definitiva, si volvemos a la subsidiariedad activa, el territorio aparece al mismo tiempo como el punto de aplicación de principios rectores definidos a otra escala, el espacio de cooperación entre los distintos niveles de gobernanza y el lugar a partir del cual se piensa, se evalúa y se abren nuevas pistas.

(…)

(…) el desarrollo de las ciencias, de las técnicas y de los sistemas de información nos ha hecho cada vez más ignorantes de nuestra propia realidad concreta. No solamente escondemos la muerte y la mierda sino que además, como todo se convierte en valor monetario y todo se intercambia en un mercado que se ha vuelto mundial, el dinero se transforma en la medida de todas las cosas y el conocimiento de las relaciones concretas se va esfumando.

Por ejemplo, una ciudad francesa no conoce demasiado su consumo de energía, no maneja bien sus flujos de bienes y de servicios -ni en el plano interno ni con el exterior- y no controla correctamente la circulación de saberes.

(…) El desarrollo de herramientas operacionales de gestión de las relaciones múltiples a escala de un territorio constituirá, en las próximas décadas, uno de los campos de innovación más prometedores para la gobernanza. Descubriremos entonces, tal como lo evocábamos a propósito de la contextualización histórica, que el sistema industrial nacido del siglo XIX, la organización del mercado y del Estado y, en resumidas cuentas, todo lo que ha transformado a los territorios en espacios abstractos sin cualidad y reemplazado a las comunidades por individuos intercambiables, no habrá sido más que un paréntesis de la historia.

La revancha de los territorios se extiende incluso a ámbitos como la educación o la ciencia que, transmitiendo o elaborando saberes universales, parecen tener que ser desterritorializados por su naturaleza misma. Pero no es así. La Agenda para el siglo XXI que se elaboró a partir de la Asamblea Mundial de Ciudadanos es extremadamente explícita al respecto. La futura transformación de la educación y de la ciencia será paralela a la de la gobernanza y obedecerá a las mismas razones: si los desafíos del mundo actual apuntan a la consideración de las relaciones, la educación y la ciencia deben contribuir a afrontar prioritariamente esos desafíos.

Nicolas Bouleau, matemático y profesor en la ENPC (Escuela Nacional de Puentes y Caminos), aporta al respecto una observación especialmente interesante. Según él, hay dos tipos de ciencia. La primera, que se ha vuelto hegemónica en los últimos dos siglos, se ocupa de formular principios verdaderos en todo contexto. (…) Pero existe otra ciencia, nos dice Nicolas Bouleau, tan rigurosa como la primera, que se formula de la siguiente forma: “en toda situación yo puedo encontrar una respuesta satisfactoria a la cuestión planteada”. Este segundo tipo de ciencia es el más apropiado para nuestra situación actual y, como ya se habrá notado, su enunciado se parece mucho al del principio de subsidiariedad activa.

Se trata de una ciencia que se desarrolla en situación. ¿Dónde puede hacerlo mejor que a escala de un territorio? Si, tal como sostiene Edgar Morin, el primer objeto de la educación consiste en permitir que el futuro adulto comprenda la condición humana y maneje el mundo complejo, ¿dónde podrá hacerse eso de mejor manera que a escala territorial y partiendo de una enseñanza con raíces en el territorio?

El aprendizaje de la ciudadanía confirma aún más el lugar fundamental que ocupa el territorio dentro de la educación. Implica poder transformar su entorno, formular sus responsabilidades y remitirse a actores concretos. Presupone también, en la institución de las comunidades, una capacidad para definir reglas juntos. Esto sólo es posible en situaciones concretas, arraigadas en un espacio y con actores identificados.

 

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