Análisis
Del cuestionamiento del paradigma económico al restablecimiento de la confianza en las instituciones
2-4 de mayo, visita de Pierre Calame a Santiago y Viña del Mar, Chile
Por Thomas Mouries
25 de mayo de 2009Chile es un país impactante con realidades contrastadas, pero cuyos contrastes no saltan a la vista. Sin embargo, bajo la aparente modernidad de ciertas ciudades, aparece un modelo económico poco cuestionado y una marginalización de la reflexión sobre la formación de la economía moderna. De manera similar, las instituciones cuya misión consiste en luchar contra la desigualdad y la pobreza, revelan un déficit de reflexión y de cuestionamiento sobre su incapacidad a crear relaciones constructivas y de confianza con los ciudadanos. Estos son los dos ejes de un diálogo con Pierre Calame alrededor de los desafíos de la gobernanza en Chile.
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Al llegar a Chile, lo que impresiona es la calidad de las infraestructuras y la aparente inexistencia de la miseria. Llegando de países como Colombia, Ecuador o Perú, el contraste es notable. Chile es un país aparte, aislado del resto del continente por la cordillera de los Andes, algunos dicen salvados por ella. Su modelo económico ha dado resultados visibles, aunque se critica la excesiva privatización que conlleva.
Politicamente también, el país queda marcado por ciertas ambiguedades. La democracia actual, por ejemplo, está regida por una constitución que se adoptó bajo el régimen militar de Augusto Pinochet.
Sin embargo, los Chilenos con los que hubo ocasión de conversar y debatir se mostraron a la vez curiosos y deseosos de compartir su experiencia y su historia, mostrando a la vez lucidez y apertura en el diálogo y en la proyección política y social.
Dos temas resaltaron durante la visita: el de la ideología económica que dominaba tanto la enseñanza como las prácticas de gobierno, y el de la creciente desconfianza hacia las instituciones, especialmente en el caso de los barrios pobres.
1)Práctica y enseñanza de la economía en Chile
El primer momento clave de la visita a Chile fue en la capital, Santiago. Ahí nos encontramos con el filósofo estadounidensa Howard Richards (ver su sitio web: howardrichards.org/), su mujer, también filósofa, Caroline Higgins, y el antropólogo chileno Andrés Monares. Howard y Caroline fueron profesores de “Peace and Global Studies” en la universidad de Earlham, en Estados Unidos. Hoy están jubilados y viven en Chile, trabajando en proyectos de economía solidaria y de desarrollo. En cuanto a Andrés Monares, su trabajo de antropólogo lo ha llevado a poner en tela de juicio la concepción dominante de la economía como “ciencia” y a buscar las raíces teológicas e ideológicas del paradigma económico actual. Nuestros tres interlocutores encontraron por lo tanto un terreno de diálogo propicio con Pierre Calame, especialmente sobre dos necesidades imperantes en el subcontinente sudamericano:
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Reformar la enseñanza de la economía en las formaciones de pregrado universitario y hasta en el colegio
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Esmerarse en construir redes de reflexión y de acción sobre estos temas.
El segundo punto deriva de la constatación de que en América del Sur existen múltiples proyectos, centros e iniciativas, pero que no se logran organizar a un nivel suficientemente visible y eficiente para influenciar el cambio. Los investigadores como Andrés Monares, por ejemplo, quedan marginados cuando tratan de llevar al debate público una crítica histórica y constructiva del paradigma económico vigente.
Para Chile, el problema parece ser aun más álgido que en otros países del subcontinente, porque es el país que más ha apostado por el neoliberalismo y el modelo de desarrollo a través de la inversión privada. Este desarrollo, sin embargo, parece haber tenido como consecuencia -¿acaso también como condición?- un déficit educativo en cuanto a la historia de la formación de la economía moderna. El trabajo de Andrés Monares, precisamente, consiste en llevar a la luz estas condiciones históricas, de manera que la economía no aparezca sólo a través de su supuesta “cientificidad”, sino también a través de su construcción ideológica y de las condiciones que la llevaron a triunfar.
De ahi el desafío de llegar a la educación, tanto en la universidad como en el colegio, ya que son mayormente estos espacios los que forman las mentalidades y las creencias de los que en el futuro van a ocupar el escenario político y tomar los mandos del país. Como lo señalaron nuestros interlocutores, en Chile la economía se reduce a una técnica y su aprendizaje consiste en un ejercicio de aplicación de recetas. Esto va en contra de la idea de la gobernanza y de su arraigo histórico, y también impide una reflexión profunda sobre lo político y las estrategias de cambio en la sociedad. Por lo que una mejor organización de los centros, las personas e iniciativas que reflexionan sobre estos temas, y una reforma de la enseñanza de la economía se han vuelto en Chile perspectivas imprescindibles a seguir.
2)El problema de la confianza en la relación entre ciudadanos e instituciones
De hecho, el modelo económico no resulta tan prometedor, por lo menos cuando se solicita la opinión de los trabajadores sociales. Una reunión en Viña del Mar con los estudiantes de trabajo social -algunos de ellos ya profesionales- permitió aterrizar en la experiencia concreta las observaciones que se hicieron en Santiago. Se trataba de estudiantes de la Universidad del Mar, que previamente la profesora Ruth Pacheco había hecho reflexionar alrededor de los “5 principios de gobernanza” y otros capitulos del libro Hacia una revolución de la gobernanza de Pierre Calame.
Los estudiantes manifestaron gran curiosidad por la experiencia concreta del ex funcionario público francés, ya que encontraban en ella puntos comunes con sus propias experiencias de terreno. El diálogo consistió asimismo en destacar el papel intelectual de los trabajadores de terreno, criticando tanto a los intelectuales que no “piensan pisando tierra” como a los profesionales que no cuestionan su actividad cotidiana. El cambio, se dijo, viene de una reflexión arraigada en la acción.
Este punto de vista tuvo impacto en el auditorio de estudiantes, quienes pasan su tiempo en un ir y venir entre las crudas realidades de los barrios pobres en los que trabajan -y, para algunos, en los que viven- y la formación intelectual que se les da en el ámbito universitario.
El trabajador social, resaltó, está entre dos bandos opuestos: las instituciones del Estado y los ciudadanos de los barrios pobres. Estos se sienten excluidos, y muchas veces se auto-excluyen porque desconfían del Estado y de las instituciones que supuestamente están hechas para ayudarlos a resolver sus problemas. Por su lado, las instituciones no demuestran pertinencia en su acción ni cuestionan sus prácticas. En particular, se muestran incapaces de construir un diálogo y una relación de confianza con los ciudadanos. Se encierran en una lógica de exclusión al mismo tiempo que emplean una retórica de la “participación ciudadana”. Formulan en palabras lo que vuelven imposible en los hechos.
Pero ¿por qué esta contradicción? preguntaron los estudiantes. Uno de los elementos, que Pierre Calame sacó de la Declaración de Caracas de 1993, es el de la incompatibilidad entre el ritmo de la administración en las instituciones y el ritmo de la vida cotidiana en los barrios. Segundo elemento: las instituciones tienen una lógica sectorizada que les impide ver la complejidad del problema de la pobreza. Así, cuando la administración dice que la pobreza es “multidimensional”, en el fondo no se refiere a la pobreza sino que se está describiendo a si misma. Otro elemento explicativo es el de la desconfianza no sólo de los ciudadanos pobres hacia las instituciones, sino también de estas hacia los ciudadanos. Se confrontan así, en vez de trabajar de conjunto, dos bandos que desconfían mutuamente y se miran de reojo.
Un ejemplo de ello, dijo Pierre Calame, es cuando se busca institucionalizar la participación ciudadana. Esta, en su opinión, es la mejor manera de destruir la participación, porque cuando se le institucionaliza se le desnaturaliza también.
En conclusión, se mostró que el problema principal no era tanto el de la transformación de los pobres, sino el de las instituciones en su capacidad a crear alianzas estratégicas y duraderas con ellos.
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