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Fuentes de Legitimidad del Poder en la América Andina y Amazónica
Ouvrage(s) : La legitimad del poder en los países andino-amazónicos
Table des matières
Resumen
Este artículo trata de las relaciones de dominación que determinan el origen de la legitimidad del poder, presentadas bajo la influencia de una percepción propia. Ha sido escrito a manera de presentación de las ponencias y debates que, teñidos de una visión latinoamericana, arrojaron resultados complementarios entre si y para el entendimiento de instituciones tanto vigentes como remotas en el tiempo.
Punto de Partida
Parto de la necesidad de mencionar ciertos enunciados sobre el poder y el origen de su legitimidad en América Latina (o en la historia de la humanidad civilizada que es lo mismo). Parto también, con la misma urgencia, de disculpar el poco saber de estas líneas y apelar a la tolerancia, propia de quienes con mayores y mejores elementos, pudieran ilustrarnos de tan importantes cuestiones. Parto también, con vergüenza, aunque poca, del reconocimiento a quienes con exiguo acierto, solicitaron esta contribución mía, oportunidad que aprovecho y agradezco haciendo en retribución mi mayor y mejor esfuerzo. ¿Por qué lo hago? Porque este Coloquio fue un banquete de experiencias, conocimientos, saberes y vivires que agradezco haber probado y digerido. Porque la Comisión Europea, la Unión Europea y la Cooperación Internacional en su conjunto, requieren de estos espacios para nutrir su trabajo. Porque los invitados a la mesa, exquisitos ponentes, analistas, comentaristas, estudiosos, han hecho de mi una mejor persona que la que era antes de su aporte y la reflexión que en mi causaron. Empecemos:
Poniéndonos de acuerdo
El poder, manifestado en la dominación de unos hombres a otros, se vale de la fuerza como medio para establecer y mantener esa supremacía. La legitimidad, en esa relación, se traduce en el reconocimiento y sometimiento voluntario de los subordinados, que hace que la dominación se realice en forma pacífica y que la fuerza no sea ejercida con violencia.
La entrega del poder del pueblo a sus autoridades, a través del sometimiento al sistema jurídico y al resultado de los procesos electorales, resulta ser la formalización de un mecanismo que permite a los dominados participar –constreñidos al marco legal– a seleccionar a sus dominantes. Mientras menos resistencia se manifieste a las reglas establecidas y al resultado del proceso, más legítimo el poder conseguido por este medio.
Pero la legitimidad no emana sólo de un proceso formal instituido y la aceptación de la validez del resultado. La historia y los sentidos nos informan que, así como la legitimidad se puede perder aunque el marco jurídico siga siendo válido, hay situaciones no electorales o no sujetas a la legalidad que resultan en la subordinación voluntaria, y hasta feliz, de unos a otros, al reconocimiento de la autoridad para mandar, para decidir, para distribuir. Estas situaciones basadas en creencias, tradiciones o conveniencias son, de hecho, fuentes de legitimidad del poder que han existido y existen.
Reflexionar sobre la vigencia y el peso de estos factores es necesario en la medida en que la legitimidad del poder es una condición irremplazable para la gobernabilidad. En este afán, contrastar los conceptos con la realidad, seguir observando y aprendiendo de las sociedades actuales es necesario para sacar conclusiones que nos permitan entender, para luego proponer y aportar.
En el marco del trabajo que realiza el IRG, en su programa para Latinoamérica, se presenta como un escenario que permite contrastar las afirmaciones teóricas con una realidad particular. Y es que, aunque los 20,000 años de presencia humana en América han recorrido el mismo camino de evolución, asentadura, desarrollo, dominación, organización y conflicto por el que han atravesado todas las civilizaciones, esta parte del globo mantiene aún vivos mecanismos y fuentes de legitimación del poder propios, que no pueden ser ignorados si no es a costo de exclusión e ingobernabilidad.
Los historiadores, cebados por el trabajo arqueológico y la reflexión antropológica, dibujan a América Latina como una serie de culturas nacionales coexistiendo por cinco mil años en un vasto territorio; coincidiendo algunas, sucediéndose otras, escindiéndose, fusionándose y comunicándose en mayor o menor medida; en suma, sociedades relacionándose al punto de producir características equivalentes.
Lo que sabemos entonces es que la organización interna de estas sociedades, la distribución de la autoridad, el origen del poder, son cuestiones que han seguido y siguen el mismo sendero de toda la humanidad. Es decir, el poder ejercido por la fuerza.
La constante en este ejercicio, es que la legitimidad de la clase dominante está avalada por los subyugados que comparten su sistema de creencias; acompañados de una (también constante) rebeldía e insurgencia de los dominados que la cuestionan, que discuten la cronicidad de las creencias y demandan cambios.
En este ritmo, el Poder de una clase sobre otra, en las culturas precolombinas, funcionó, como en todas, en base a la amenaza del uso de la fuerza, que atemoriza el cuerpo, y otra amenaza de castigo o promesa de recompensa, basada en una concepción mítica y religiosa, que atemoriza el espíritu.
En el territorio de estos países, el sometimiento de una clase a otra y de un pueblo a otro se ha producido, casi invariablemente, por la aplicación de amenazas disimuladas que permitieron convencer por el temor o por los incentivos. Es decir, como hasta hoy, la clave de obtención del Poder parte de un intento racional, desplegando todos los medios de convencimiento ciertos o falaces, y, sólo cuando éste fracasa, el uso de la violencia y las armas se impone.
Tan determinante como la amenaza de la fuerza física, ha sido la oferta del premio o la amenaza del castigo con base en el sistema de creencias compartido. En la medida en que quien ejerce el poder es visto y reconocido como el designado, el que tiene la razón, el elegido, el bendito, el Mesías, etc., la legitimidad del Poder que éste ejerce se instaura en la persona, fusionando autoridad e individuo, autoridad y poder. Los líderes religiosos o ideológicos, claro, son el mejor ejemplo. Ante ellos los seguidores rinden su autonomía.
Es por eso que la religión, esa noción mágica, ejercida por seres superiores y transmitida a través de unos pocos elegidos, ha sido, por mucho, fuente de dominación y control económico, social, político e ideológico. La religión, como revelación de lo correcto, incluyendo en este concepto amplio todo conocimiento superior que asombra a la población poco informada, fue usada, y aún lo es, para coercer, convencer, atemorizar, reprimir y coactar.
También los desarrollos científicos, usados como justificación para propuestas políticas, han sido y son fuentes de unión y división, subordinación y rebelión, explotación y lucha. La ciencia ha sido usada como medio para legitimar el ejercicio del Poder por quienes poseen el nuevo conocimiento. El poder de la tecnocracia, por ejemplo, no ha estado ni está desvinculado del uso de la fuerza, aplicada a quienes la cuestionan. Este tipo de legitimidad del Poder basado en el conocimiento se concreta a través de normas que una vez dictadas regulan dogmáticamente las relaciones sociales. Pero este tipo de legitimidad suele ser frágil, por dos razones:
Si el discurso no se lleva a la práctica, si la realidad no muestra los resultados que la ciencia señala, si la fórmula económica no funciona, entonces el dogma se resquebraja y lo que ayer produjo respeto hoy produce rechazo.
Además, y esta es la otra razón, en muchos casos es la mera ambición mezquina del individuo la que usa las justificaciones científicas para adquirir el Poder, sin aplicar aquello en lo que sustenta su legitimidad. No son raros los casos en los que el lobo se viste de cordero.
Después de la legitimación basada en el eterno ayer, la costumbre consagrada por el respeto a los padres y ancestros como la de los patriarcas y príncipes, se alza la fundamentada en la gracia, atractivo, carisma personal. Esta sea que responda a la magnanimidad del generoso, la capacidad para las revelaciones del profeta o el heroísmo de los jefes guerreros. Fuente ésta de legitimidad que sobrevive intacta en nuestros días, potenciada por la capacidad de mercadeo que nos brindan los medios de comunicación masiva. Al mejor estilo de las recomendaciones de Maquiavelo, los aspirantes al poder se presentan a sí mismos como un dechado de virtudes, sensibilidad y compromiso; aunque en la práctica del poder, cuando lo consiguen, se revele su verdadero perfil, casi siempre alejado de la imagen carismática que se esmeran en mantener. Pareciera que si las fuentes de legitimidad del Poder son varias y diversas, la causa de la « deslegitimización » del mismo, suele ser, en muchos casos, la misma: el afán egoísta de aprovechamiento personal, el egocentrismo de la omnipotencia y el descubrimiento, por el pueblo, de la ficción bajo la cual se otorgó el poder.
Falta aún, para tener completo el panorama referirnos a un par de ideas más. La primera referida al mundo de la forma y las reglas. Así, si la dominación de los hombres por otros hombres es inherente al ejercicio del Poder, la voluntad de los dominados, al reconocer la autoridad del dominante, investirlo voluntariamente de poder, participar en su designación o elección, trasladarle libremente sus propios derechos y capacidades, encargarle que actúe en su representación o cualquier otro medio de participación en el establecimiento de los límites entre dominantes y dominados, actúa como un efectivo consuelo.
Quizás consuelo no es la palabra más adecuada, pero la relación se hace legítima cuando los dominados sienten que no son sometidos por otros hombres sino por su propio poder delegado, gobernados, no por decisión de otro, sino por su propia voluntad y, en consecuencia, sus recursos y bienes, necesidades y deseos, posibilidades y empresas le son encargadas a quienes en su nombre ejercerán el Poder. Esto es, pues, el gobierno del pueblo por el pueblo: la democracia. La condición, como siempre, es que el uso que el dominante haga del poder conferido sea en el marco del pacto acordado previamente. Si ello cambia, la legitimidad se pierde.
Esta es la legitimidad basada en la legalidad, en un sistema de normas que somete a los hombres por igual y que distribuye las oportunidades de ejercer el poder en condiciones más homogéneas para todos, aunque en los procesos que sirven para elegir a los gobernantes. La crítica actual a nuestros sistemas incluye la visión de que el sistema jurídico suele ser, en muchos casos, sólo un marco que rodea a una lucha mediática por ganar la simpatía popular y, a través de ella, la transferencia pacífica de su poder.
El poder que se ejerce en una sociedad se legitima en función a una combinación de todos estos elementos. En la realidad, los orígenes de la legitimidad del poder se mezclan y combinan creando híbridos. Buscar un denominador común a todos ellos nos lleva a otra idea que debe ser considerada –véase la intervención de Ingrid Bolivar– como una fuente de legitimidad mucho más racional que la basada en creencias y costumbres y mucho más honesta que la basada en el sistema jurídico solamente. Esta, aunque se considere prosaica, es realista, define a todas y explica la legitimidad del poder en sociedades como las actuales, marcadas de un activismo social importante. Es la legitimidad del poder basada en la satisfacción de las necesidades. Así de simple.
Resulta entonces que la legitimidad del poder es un asunto que demanda ser analizado desde un enfoque intercultural, interdisciplinario y multiactoral. La psicología, la sociología, la economía, el derecho, serán instrumentos de este análisis; y el enfoque sistémico, que explica al Sistema Político como un conjunto de actores, elementos, procesos, insumos y resultados, parece ser el mejor método. Hacer este análisis es difícil e importante en la misma medida. El interés de la sociedad actual por entender y proponer es una urgencia que la gobernabilidad impetra.
En este afán contributivo al desarrollo de nuestras sociedades, el IRG reunió en Lima del 15 al 17 de febrero un coloquio de representantes de 7 nacionalidades y 3 continentes distintos. Entre otros, funcionarios públicos nacionales, comunales, municipales e internacionales, académicos, investigadores, líderes comunitarios, religiosos y de organizaciones no gubernamentales. Variopinta representación de nuestra sociedad actual que expuso, compartió, cuestionó y comentó, cada uno desde su perspectiva, lo que parecía conducirnos, como resbalando por un embudo de experiencias, hacia conclusiones unívocas desde concepciones inicialmente disímiles.
Ha sido un gusto, paladear, saborear y asimilar (muchas veces después de rumiar) las intervenciones de cada participante. Cual si fuera una mesa servida de distintos potajes, cada cual más sabroso, si por ser cocina parecida a la de casa, si por ser un manjar exótico que por primera vez despierta nuestras papilas gustativas. Lo que se presenta, después de estos párrafos, no es sino la primera sesión de este desfile de experiencias, posiciones y visiones que fueron compartidas en ese par de días de intenso trabajo.
Recuerdo que Hugo1, avanzado el coloquio, nos removió invocando el eterno problema epistemológico y su consiguiente necesidad de ponerse de acuerdo en los conceptos. Recuerdo que, antes de Hugo, Ingrid2 había revuelto nuestro pequeño orden de ideas al desvirtuar a la ideología como fuente de legitimidad del poder que ostentan, precisamente, los grupos de poder pretendidamente más ideologizados. Recuerdo que Esther3 nos había argumentado cómo el sistema jurídico vivo, que crean las instituciones, no sólo sigue siendo fuente de la legitimidad del poder sino que se fortalece y se supera a sí mismo convirtiéndose en garantía de legitimidad y gobernanza cuando es desarrollado en una concepción pluralista e inclusiva. Recuerdo las experiencias de las provincias de San Salvador y Urcos (Cusco), que nos hicieron catar la convivencia pacífica y fructuosa del poder legal4 ejercido por Reynaldo5 desde la alcaldía, el poder formal6 de Máximo7, como Presidente de la Comunidad campesina, el poder real8 del anciano apu explicado por el estudioso José9 y el poder mítico del líder tradicional-religioso encarnado por Alejandro10; todos en su espacio, todos con respaldo de la población, todos con respeto al mundo de ayer y al de hoy… para beneficio del mañana. También en esta primera sesión del coloquio, Carlos11 puso en jaque a la legalidad como fuente de legitimidad, pero planteó, sin ambigüedades, la necesidad, la aspiración y meta que significa que legalidad y legitimidad coincidan.
Más tarde, finalizada ésta y las otras dos sesiones, casi al crepúsculo del coloquio, Hugo, nuevamente nos reta, ahora hacia la sistematización, concluyendo con limpieza en los aportes que, sumados, se juntaron, bajo su análisis, para alcanzar juntos, fusionados, la parte más estrecha del embudo hacia una salida organizada, estructurada.
En este coloquio, mi exigua intervención, enganchada al desarrollo de ideas realizado en ésta sesión primera, reprimió las imágenes conceptuales que introducen este artículo. Mi comentario, en representación de la Comisión Europea que justificaba mi presencia y participación, sólo podía ser para agradecer la oportunidad de ser parte de ese ágape, felicitar a los cocineros y congratular a los comensales. La legitimidad del poder es entendida en la Unión Europea como un elemento indispensable de la gobernanza, y esta define la forma y los límites en que se utilizan los poderes que le otorgan los ciudadanos a las autoridades europeas. En base a ello y desde la experiencia que tiene la Comisión Europea en el Perú y en cada país en desarrollo en que trabaja, es que entendemos a la legitimidad del poder como garantía indispensable del uso eficaz y eficiente de los recursos de cooperación que los contribuyentes europeos ponen a disposición de las sociedades en vías de desarrollo.
Las nuevas modalidades de financiamiento, resultantes del Consenso de París sobre la Eficacia de la Ayuda12, tales como el apoyo presupuestario, no pueden ser implementadas sin esta garantía. La cooperación internacional, cada vez más, dirige recursos directamente a las cuentas del país beneficiado, redirigiendo el esfuerzo que demanda el control del gasto de cada proyecto hacia el fortalecimiento de la participación de la población, la inclusión de sus elementos culturales y el reconocimiento explícito del pluralismo jurídico, en el diseño de políticas que legitimen el accionar del Estado y que garanticen, además de gobernanza, que los recursos de cooperación contribuyen a financiar intereses y prioridades de la población.
Finalmente y reconociendo que la legitimidad es, sino en todo, en mucho, producto de las prácticas más que del discurso, repito aquí, como en mi temerosa intervención, un pedido a cada ponente, a cada comentarista, a los organizadores e invitados; pedido que ahora extiendo a cada lector de esta publicación, a pasar del discurso y el análisis a la acción, del trabajo gratificante de búsqueda de la verdad a su implantación, de la lucha por aprehender el conocimiento a la pelea por mejorar nuestras sociedades. Hagamos de la legitimidad un requisito para ejercer el poder; creemos los instrumentos, generemos los espacios, aprobemos las formas, implementemos los ajustes. Hagamos de conjunto un esfuerzo multidisplinario, intercultural y multiactoral por hacer de éste, el tiempo que nos tocó vivir, uno de siembra, abono, riego y ojalá temprana cosecha.
Las ponencias que se presentan a continuación serán para ustedes, como lo fueron para mí, fuente de motivación y reafirmación. Los invito a seguir adelante.
notas
1: Oficial de Programas de Justicia, Modernización del Estado y Desarrollo, Delegación de la Comisión Europea en Perú.
2: Hugo Sánchez Díaz (PERU). Vice-rectorado de Investigación. Facultad de Economía UNMSM
3: Ingrid Bolivar (COLOMBIA), Profesora Departamento de Ciencia Política. Universidad de los Andes (Bogotá). Integrante del grupo de investigación sobre Violencia Política y Formación del estado de Cinep.
4: Esther Sánchez. (COLOMBIA). Directora del Instituto de Estudios Contemporáneos (IESCO, Colombia).
5: Defino como poder legal el que está basado en la aplicación de las normas establecidas por el Gobierno y aceptadas, en muchos casos, por obligación.
6: Alcalde Reynaldo Quispitupa (PERÚ). Alcalde de San Salvador (Cusco), Presidente de la Red de Municipalidades Rurales (REMUR) de Cusco.
7: Me refiero bajo la denominación de poder formal al poder basado en la aplicación de normas establecidas localmente por la comunidad autóctona, con reconocimiento del Gobierno, y aceptadas por necesidad.
8: Líder comunal campesino Máximo Huaraka. San Salvador (Cusco).
9: El poder real remite aquí al que está basado en la aplicación de normas establecidas localmente por la comunidad autóctona, sin reconocimiento del gobierno pero aceptadas como parte de sus creencias y cultura.
10: Antropólogo cusqueño José Canal.
11: Líder religioso y ex rondero Alejandro Quispe. San Salvador (Cusco).
12: Carlos Derpic (BOLIVIA), Abogado, ex adjunto al Defensor del Pueblo, Docente de la Universidad Católica Boliviana.
13: Firmada el 2 de marzo de 2005, busca armonizar la ayuda, alinearla con las estrategias de los países socios y establecer una mutua responsabilidad entre los países donantes y socios para hacerla más eficaz. Para medir el progreso de lo anterior, estableció 12 indicadores, con metas fijas para el año 2010. Ya ha sido firmada por más de 100 países entre donantes y receptores de la ayuda.